Hace
no mucho, conocí a una chica llamada Alejandra, era una chica de 16
años muy
tímida que por su contextura gruesa no tenía muchos amigos y eso me
pareció injusto, quise ayudarla. Empecé por aconsejarla sobre
dietas -sabía una manera más fácil de bajar de peso pero no podía
revelarle el secreto, ya que es algo muy íntimo-. Ella tomó mi consejo,
empezó la dieta y los ejercicios, efectivamente, bajo de peso, no mucho
pero si
lo suficiente para verse "bien", y pronto se alejó de mi; aunque aún me
parecía rellena, nunca le dije nada.
Al
cabo de unos meses, ella me buscó y nos volvimos a encontrar, Alejandra
había vuelto a engordar,
esta vez estaba pesando el doble. Me confesó que dejó la dieta y los
ejercicios porque se había estancado, ahora se sentía peor -Yo ya
sabía que esto pasaría, pues al adelgazar probó el exquisito veneno de
la atención social' y la consolé, luego nos hicimos una promesa: jamás
volvernos a separar y ahora ser amigas de verdad, amigas hasta la
muerte. Ella
me lo prometió, sin entender el por qué de las últimas palabras. Luego
de
esto, le ofrecí jugar a las princesas porque ya la consideraba mi amiga y
le expliqué que debía hacer todo lo que
yo le pidiese ya que sólo así luciría perfecta, y digna de llamarse
¨princesa¨.
Fui fuerte con ella, el primer paso ya no era hacer dieta, mi secreto
comenzaba a revelarse, si quería verse de verdad perfecta debía dejar de
comer, pues era la única manera de bajar rápidamente de peso, ella se
excusaba diciendo que no sabía cómo ocultar la comida, yo le grité, le
llamé cretina, le dije que
podía esconderla en cualquier parte, dársela al perro, tirarla a la
basura, colocarla debajo de la cama, como fuese, pero que no podía
comer; ella
obedeció, pero de vez en cuando vacilaba y se escondía a comer, pues no
aguantaba
su estómago vacío; yo sólo esperaba a que terminase de tragar y empezaba
a insultarla diciéndole lo cerda que era, lo gorda que estaba, que daba
asco, que nadie la quería, que así no era perfecta; ella lloraba y
para consolarse empezó a vomitar, pero no lo hacía adecuadamente, así
que le enseñé cómo: debía hacerlo a cierta hora de manera sincronizada,
puntual y a diario, previamente a la comida debía tomar
mucho líquido para facilitar el paso de la comida
ingerida hacia el esófago sin que se lastimara mucho. Así pasó un mes,
con mucho trabajo logré que bajara diez kilos, pero no eran suficientes,
a penas se
veía menos cerda que antes, evidentemente, lejos de la perfección, su
madre empezó a preocuparse -Qué problema con estas viejas metiches- la
quiso llevar al médico diciéndole que no la encontraba bien y que eso la
alarmaba, pero esta vez fui más astuta, la anticipé diciéndole a
Alejandra
que no tenía ningún diseque desorden alimenticio, que sólo estaba
trabajando muy duro para lucir como una princesa y que estaba dando
resultados, que por ningún motivo aceptara ir al médico porque si no,
volvería a ser gorda y asquerosa. La convencí a tal punto de hacerle
creer que su
madre era su enemiga y que no la comprendía. Alejandra empezó a
desarrollar una conducta agresiva-defensiva.
Mi nueva amiga seguía mis consejos al pie de la letra, se había hecho experta en esconder la comida, ya vomitaba sin tener que empujar sus dedos hasta el fondo de la garganta, se ejercitaba sin parar y se automutilaba las zonas que lucían excedidas de peso en su cuerpo que quería adelgazar. De vez en cuando, alguien le decía que ya estaba bien, pero yo la obligaba a ir al espejo a verse y le gritaba de nuevo que aún no estaba lista para ser princesa porque aún no era perfecta, que aún tenía gordura en su cuerpo y no escuchara las mentiras de los demás de tal manera que aprendió a verse gorda, y muchas veces, a falta de alimentos alucinaba frente al espejo con su cuerpo inicial, se iba a llorar y vomitaba. Alejandra empezó a aislarse.
Su cabello empezó a caee, sus uñas a debilitarse, su esófago se había perforado y su anemia estaba al borde, pero antes de que pensara que era malo le dije que todo era parte del sacrificio para ser perfecta, que si le preocupaba verse mal, no importaba, ya que para eso existían extensiones o pelucas, unas postizas y maquillaje, su masa muscular se redujo a piel y huesos. Fue una de las amigas más fieles que tuve, pues estuvo a punto de alcanzar la perfección, ya se sentía perfecta y las costumbres que yo le enseñé quedaron, pasé de ser una amiga a ser su estilo de vida, para todo me consultaba y siempre se veía en el espejo se sentía gorda... Ya no vivíamos la una sin la otra.
Una
mañana se desmayó, producto de dos días consecutivos de ayuuna y cuatro
horas de ejercitación forzosa sin parar. Al abrir los ojos se
encontraba en el hospital, se horrorizó tal como yo le había
enseñado, estaba convencida de que no tenía problemas de salud, que sólo
eran sacrificios para ser perfecta, el médico reflejaba en su rostro
profunda tristeza mientras miraba sus exámenes y su madre lloraba
mientras yo permanecía ahí, a su lado, ella comenzó a llorar y
me preguntó que por qué le pasaba todo esto, yo sólo callaba, y
finalmente, con sus últimas fuerzas, me
preguntó si ahora era hermosa, y yo la miré y le dije "Cariño, siempre
fuiste hermosa, pero confundiste la belleza con perfección". Su respiración cesó y su
corazón dejo de latir.
Este es mi secreto, yo escojo como amigas a las chicas que pretenden
ser perfectas, no hermosas, porque hermosas son todas las mujeres, pero
ninguna es perfecta, y si alguna lo fuese físicamente, esta vida no tendría sentido.
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