Sentía
que conocía a aquel hombre como si fuese hace siglos, de alguna manera
lo aborrecía, una señorita de su clase no podría congeniar con tal
animal con cara deforme; pero sus conversaciones célebres y temas
extraordinarios pedían a gritos que se quedase, una parte de su alma
susurraba en el silencio de su habitación que le extrañaba, mientras que el
corazón ya lo había aceptado y el cerebro recordaba sus caprichos
superficiales. En sus encuentros cortos, donde charlaban de filosofía,
poco a poco se habían convertido en días y noches eternas, la amistad
que hubo naciendo agregaba odio por su apariencia y, a la vez, empujaba el amor; su cara ya
no le parecía deforme y, sin saberlo, la bella se había enamorado de
aquella bestia. Ella empezó a recordar lo delicioso que era amar y
aquellos temores a tal sentimiento que retumbaban con tanta acentuación
ahora pasaban al olvido.
Llegaron varias veces a tumbarse en la cama, a
mordisquearse los labios y a jugar con sus lunares, pero él nunca se
atrevió a romper la intimidad. Por primera vez ella se sentía feliz, no
le quedaba el amargo dolor como siempre, si no, más ansiedad a la espera
de su reencuentro, euforia con cada minuto que pasaba. Él parecía
diferente, un hombre tímido y decente, nunca hablaba de más, ni trataba
de impresionarla con palabras o bienes materiales. Pero esto no era suficiente para ella, sentía
que faltaba algo, una especie de eslabón para que todo fuese perfecto y
sabía exactamente lo que era, su cara; Aquel rostro marcado con
cicatrices surcadas de historias pasadas, historias que el ocultaba y no
quería revelar. Su deformidad era más prominente con la luz del alba,
pero eso no era obstáculo para amarlo, si, ya comenzaba a amarlo, con
cada rincón más íntimo de su ser.
En un anochecer, luego de
varios meses entrelazando sentimientos y moldeando el corazón, ella por
primera vez estuvo en su máximo pudor, él pudo contemplar en la
oscuridad la sombra que producía la luz de la luna reflejada en su piel
de marfil aquella silueta tan magnífica como la melodía de un soneto de
Beethoven, sus manos temblorosas hicieron contacto con su piel y sintió
vergüenza, ya que, sin darse cuenta, el también estaba desnudo, y su miembro
viril pasó de ser pequeño a un animal inmenso, ella también miraba con
una curiosidad tímida, pero ya no importaba, él se acercó lentamiente y la fue besando
apasionadamente con un toque de dulzura, sus dedos exploraban sus senos
firmes, bajando hasta sus glúteos y reposaban en su virginidad húmeda,
lentamente se acostaron en la cama y seguían besándose, él hizo una pausa
y bajo hacia su vientre, ella se resistió por unos segundos hasta que
se dejo llevar por aquella sensación que producía su clítoris estimulado, era su primera vez, gemía y reía, se convencía de estar feliz
de nuevo, y sin darse cuenta él volvía a estar encima de ella, frotando
su miembro contra ella, y entonces, entró en pánico, pero él la tranquilizó y
lentamente la penetró, aquello le asustaba y a la vez le gustaba, era
una sensación inexplicable, afuera podría estar a tantos grados bajo
cero y sin embargo sentía calor, sentía como el miembro de aquel hombre
que la hizo mujer rozaba contra su pared vaginal, produciendo una
especie de placer inexorable, pensó un poco en los temores que le
comentaban sobre el dolor, pero aquel hombre se había
entregado a ella dócilmente, ella le pedía más, había quedado hambrienta, suplicaba con aliento agitado que la penetrara con más rapidez, ambos jadeaban y pasó del placer
al clímax y luego, su primer orgasmo, que hacía que su cuerpo temblara y
retorciera de regocijo, recordaba otra vez que era feliz, había
olvidado por completo todos sus temores sobre aquel sentimiento, pero,
de pronto, se sintió ahogada, empezó a deseperarse y trataba de separarse del hombre, pero
éste la presionaba con más fuerza, su frágil cuerpo no podía escapar de
aquellos brazos tan fornidos y él, consumido por la excitación, no prestaba
atención a ella que se asfixiaba. Sofía se sentía débil, muy pronto el
sueño la abrazaba, pero aún resistía, sabía que si cerraba los ojos así como la luz de alguna estrella en el cielo que ha muerto hace años pero que su luz sigue viajando en el tiempo se iría junto con su respiración, soportó varios segundos
más, pensando en cuánto se había equivocado, que la suerte o cupido
nunca estuvo de su lado, pensó en aquel hombre, que seguía con su
virilidad dentro de ella, lo detestaba por hacerle esto, por no escucharla, por haberle
prometido tanto; se preguntaba por qué no reaccionaba a sus pataleos e
intentos de zafarse, seguía pensando hasta que su cuerpo poco a poco dejó de
moverse, sus latidos latidos se hicieron débiles y, en su ultimo aliento, la muerte se la llevo tan rápido como la
luz del sol tocaba las primeras colinas anunciando el amanecer.
Aquel
hombre la había asfixiado con un alambre ajustado a su cuello, padecía desórdenes mentales que consistía en conseguir la excitación máxima mediante la muerte de
sus víctimas, he ahí la razón de sus cicatrices, alguna chica en el pasado, así como Sofía habría muerto de una manera más terrible, con ácido sulfúrico
quemándole el cuerpo y que, por un pequeño accidente salpicó unas gotas en su rostro.