miércoles, 20 de febrero de 2013

Una Semilla

Aquellos dos sembraron una semilla, se habían prometido uno al otro que cuidarían de ella, la verían florecer y crecer con el pasar del tiempo, y así fue. Cada día que se encontraban, la semilla germinaba un poco más, había echado raíces con con sus risas, era predecible, aquel germen crecía prósperamente, al cabo de unas semanas, el primer brote apareció junto al primer beso, ellos se sentían muy felices, pues aquella semilla crecía cada vez más, es más, ya no era pequeña, era una especie extraña, la erguía la confianza y sus hojas profundizaban surcos de amistad, se llamaba amor y su aroma al florecer fue exquisito. Luego de algunos años la desconfianza decidió asechar aquellos terrenos secándolos por completo, amor agonizó viendo que la pareja discutía y sus hojas empezaron a marchitarse, pero luego uno de ellos se detuvo, pensó en aquella semilla que habían sembrado juntos, la abrazó y le pidió disculpas, pues toda aquella tontería estaba rompiendo su promesa, ese día llovió y el terreno humedeció, desconfianza se fue refunfuñando. Luego de esto, el odio pasaba por ahí, silbando mientras veía aquel terreno tan desierto, le satisfacía ver que ningún amor crecía por ahí, pero no duro mucho, pues divisó a lo lejos un pequeño esplandor que crecía cada vez más y decidió restaurar su bello paisaje sin ridículos debiluchos que lo arruinasen. Acercó espinas a la pequeña planta, esta trataba de escapar pero cada vez que se movía aquellos afilados aguijones lastimaban su pequeño cuerpo y en cada herida brotaban lágrimas, la pareja nuevamente había discutido, ella quería que se independizaran y se alejasen de la casa de su suegra, la señora ante el pánico a perder a su único hijo varón, manipulaba al hombre; el odio reía con regocijo, su plan estaba funcionando, pero el amor no había perdido todas sus esperanzas, su dulce aroma había debilitado las espinas. El hombre había entrado en razón y junto a la mujer decidieron independizarse, el odio no lo podía creer, casi siempre este plan funcionaba, se marchó también en descontento. Toda esta actividad la observaba alguien. Algunos años después amor ya no era una pequeña planta, era un hermoso roble frondoso, en él habitaban caricias, momentos, risas, besos y promesas cumplidas; ellos parecían felices y amor seguía manteniéndose en pie, pero de repente, de un año a otro, ambos empezaron a cansarse, el trabajo, las responsabilidades y las cuentas pendientes hacían que se les olvidara su promesa inicial, y el observador salió, con un hacha en la mano la clavó con fuerzas en el amor, éste se desesperó, no hallaba como escapar, los recuerdos se derrumbaban, los besos y las caricias se espantaban, amor trataba de llamar la atención pero la soledad en la cama del hombre era un mural para que éste fuese escuchado, aquel ser prosiguió con un segundo impacto, dejando al frondoso roble reducido a una astilla frágil, amor empezó a suplicar, no entendía por qué lo querían derrumbar, el había construido a aquella pareja que a la vez lo habían sembrado, le parecía injusto, mientras aquel peraonaje le echaba la culpa, le repetía que por él ellos sufrían, pero amor no comprendía, pensaba que les había dado a la pareja felicidad y siguió gritando hasta que aquel sujeto dio un último golpe y amor cayó, pensando en qué había hecho mal, en que todo lo que había construído fue una mentira, esos mismos pensamientos retumbaban en la cabeza de la mujer, que creyó que todo era por culpa del amor, ya los recuerdos se habian ido, los momentos murieron y las caricias y los besos quedaron aplastados bajo la soledad. Mientras amor moría lentamente desangrandose detristeza y nostalgia, el odio y la desconfianza se preguntaban por el nombre de aquel maestro que no demoro ni un instante en exterminar lo que a ellos les costó tanto tiempo, nadie sabía cómo se llamaba ni de donde venía, hasta que un viejo sabio con bastón llamado tiempo les dijo: "se llama rutina"